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Valores Morales

Pasarse la vida esforzándose por proceder con honradez y responsabilidad puede parecer arduo y aburrido, pero, en realidad, es la mejor manera de vivir la existencia en plenitud y de llegar a ser, verdaderamente, libre.

El hombre, en su doble vertiente de mujer y varón, si quiere vivir como corresponde a su alta condición de persona, debe actuar de acuerdo con sus valores morales. Es aquel ser que no puede obrar sin mejorar o empeorar. Con frecuencia se olvida esta dimensión interna que distingue al ser humano del resto de los seres vivos.

Valores MoralesPor valores morales entendemos aquellas verdades que deben inspirar al comportamiento de los hombres, y que son tanto más valiosos cuanto los hagan mejores personas. Los valores morales, al fin y a la postre, son los fines que nos proponemos para lograr una vida auténticamente humana.

En estos tiempos críticos en los que nos ha tocado vivir, no parece que la gente tenga ideas claras sobre lo que sea la moralidad. Para algunos, la moralidad se reduce casi exclusivamente al cumplimiento de un conjunto de normas cívicas, acordadas para hacer posible la convivencia. Para otros, (una inmensa mayoría), es una materia opinable, y «a gusto del consumidor«, de acuerdo con la cual, cada uno puede actuar en la vida como le venga en gana, «siempre que no moleste a los demás». La moralidad, sin embargo, no es ni una cosa ni la otra, es bastante más que eso. No se puede llamar moral a cualquier fin por el hecho de proceder de una voluntad deliberada, sino porque ese fin nos hace mejores personas. De hecho, se puede ser muy cívico, muy «legal«, como dicen los castizos, y ser, al mismo tiempo, un truhán. Se puede ser muy cortés, escandalizarse de tanto delito, abusos, corrupción, etc. etc. y no sólo no hacer nada para evitarlos, sino estar contribuyendo a perpetuar tanto desmán con un comportamiento egoísta e insolidario.

La moralidad del ser humano se fundamenta en su condición de ser racional. En otras palabras, tiene su origen en su propia naturaleza por el hecho de ser persona. El hombre es un ser especial. Aristóteles lo definió como «un ser ético» y establecía la diferencia entre el hombre y el animal a partir de tres realidades: la racionalidad, la sociabilidad y la eticidad. El hombre es un animal, pero se distingue del resto de los animales, porque piensa, es social y porque debe vivir éticamente. Una diferencia esencial entre el hombre y el animal reside, pues, en la moralidad: el animal no tiene moral, el hombre, en cambio, sí. El hombre, al ser un ser inteligente y libre, ha de orientar sus actos de un modo racional y no guiarse por los instintos; -como ocurre con los animales-, sino con el pleno uso de su inteligencia y su libertad responsable.

Los animales viven espontáneamente desde que nacen hasta que mueren. Al hombre, en cambio, hay que educarlo y enseñarle a vivir moralmente desde la niñez. Al niño hay que enseñarle todo: a comer, vestirse hablar, caminar, etc. También ha de aprender lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Educar a un hombre es, por supuesto, enseñarle a valerse por sí mismo, relacionarse con los demás, adquirir conocimientos, pero, sobre todo, es enseñarle a usar bien la libertad. Para vivir moralmente es necesario educar la inteligencia en valores y ejercitar, luego, la voluntad, «la cenicienta hoy de todas las facultades psíquicas del hombre», -en palabras de Aquilino Polaino-. Nadie es capaz de vivir bien con sólo desearlo. Hay que forjar la voluntad para hacer realidad esos valores morales.

La moral no es cuestión de opiniones. No depende de los gustos, antojos o veleidades de cada uno. Tratando sobre este tema el papa Juan Pablo II, en una de sus audiencias, refería la parábola del comprador del un automóvil que se negaba a utilizar el tipo de aceite y de gasolina señalados por el fabricante: «Usted no tiene por qué venir con imposiciones tiránicas. El coche es mío y hago con él lo que me dé la gana». El caballero en cuestión, claro está, se equivocaba al pensar que podía hacer cualquier cosa con su flamante coche. La moral, por supuesto, es tan opinable como pueda ser la medicina o cualquier otra disciplina. Opinar, por ejemplo, si un alimento es venenoso o no, es perfectamente legítimo. Nuestra opinión, sin embargo, no va a modificar las virtualidades de ese alimento, ni los efectos que pudiera producir en nuestro metabolismo. Las cosas, a fin de cuentas, son como son y no como nosotros queremos que sean. El ignorar la dimensión moral de la persona, el mirar para otro lado, y no obrar racionalmente y en conciencia, empobrece al individuo y, también, a la sociedad.

Valores Morales«Los valores -en palabras de A. López Quintásno son objetos que uno pueda tomar o dejar. Son fuente de posibilidades de actuar con sentido en la vida… El valor pide ser realizado». Es posible perder el gusto por las cosas, pero, de ordinario, uno se siente bien, cuando obra bien, y se siente mal, cuando obra mal. El actuar racionalmente y con una conciencia recta deja siempre una huella de felicidad, mientras que el obrar mal produce insatisfacción, desazón, disgusto. Las buenas acciones, además, suscitan la admiración de quienes conviven con nosotros y el deseo de ser imitadas. Las acciones malas, en cambio, son percibidas como poco decorosas, innobles y feas y producen rechazo. A la moral se le ha calificado como la estética del espíritu, pues el buen hacer y el buen comportamiento realzan la personalidad de los individuos, al tiempo que asombran a quienes están a su alrededor.

No nos engañemos. La moral, cietamente, requiere oficio. Es un arte, que hay que cultivar durante toda la vida. Alguien sabiamente dijo: «nacemos cuando no sabemos cómo se vive y morimos cuando no podemos ya vivir como sabemos». El saber moral, por supuesto es difícil y delicado y la puesta en práctica de los valores morales exige imaginación y esfuerzo, pero el llevar a cabo esa tarea cuenta y merece la pena.

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