De Valores y Virtudes

De Valores y Virtudes

Hablar de valores y virtudes no está de moda. Hoy como ayer, sin embargo, la seriedad, la responsabilidad y la honradez con que abordamos las distintas situaciones de la vida dependen, en gran medida, de la escala de valores que tengamos y de su consiguiente puesta en práctica.

Tratar de valores y virtudes no es que ahora no se lleve, es que para mucha gente es cosa de curas. No hace mucho, me contaba un amigo, orientador familiar, que en una conversación con unos padres que habían acudido a su consulta, con motivo de un problema de uno de sus hijos, les habló, en un momento dado, de virtudes. El paterfamilias, muy enfadado, le interrumpió bruscamente diciendo: «Por favor, no quiero oír hablar de religión». A lo que mi amigo, como orientador familiar, no tuvo más remedio que salir al paso para aclararle las ideas: «No estoy hablando ahora de religión, sino de virtudes humanas».

Virtudes Humanas

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«No estoy hablando ahora de religión, sino de virtudes humanas»

Los valores y las virtudes, ya sean morales o humanas, tanto a nivel personal como colectivo, están presentes siempre, y, en última instancia, constituyen el criterio que determina nuestro comportamiento y, por supuesto, nuestro estilo personal de vida. Los valores y las virtudes son como dos términos inseparables de un binomio, puesto que uno y otro se complementan. Con el mismo nombre nos referimos, de ordinario, a un valor y a una virtud. Y así hablamos de la virtud de la solidaridad, como el ejercicio de ese valor. Los valores son especificaciones del bien, las virtudes lo que materializa y especifica los valores. Para hacer algo valioso y que merezca la pena, necesitamos saber lo que hemos de hacer. De ahí que se pueda afirmar que los valores son la «teoría» y las virtudes la «práctica». Se podría, pues, concluir que un valor que no se traduzca en virtud no es nada, no tiene valor alguno, valga la redundancia. El valor de algo, al fin y a la postre, está fundado en el esfuerzo con el que lo hemos conseguido. Valor y virtud, indudablemente, son dos conceptos complementarios, dada la estrecha relación que existe entre ambos. Su origen, naturaleza y la incidencia que los dos tienen en el actuar humano, sin embargo, difieren bastante.

¿Qué son, en realidad, los valores? No son otra cosa que los criterios o preferencias previos que cada uno tiene antes de actuar, y de los que parte para elegir el fin y los medios necesarios, para llevar a cabo una acción. Consciente o inconscientemente, todos actuamos contando con unos valores determinados, adquiridos en el tiempo.

El conjunto de valores que cada uno tiene, y en función de los cuales actúa, se van adquiriendo a través de tres fuentes principales:

  • Las vigencias sociales en que se vive y que se aceptan como normales, el aprendizaje, la educación recibida y la experiencia personal, que, directa o indirectamente, se va acumulando a lo largo de la existencia. Somos hijos de nuestro tiempo. Lo que está vigente en la sociedad: creencias, modas, usos y costumbres condicionan, en gran medida, nuestro modo de pensar y nuestro comportamiento.
  • El Valor de la ExperienciaEn segundo lugar, las pautas y modelos que se reciben por medio del aprendizaje y la educación, tanto de las instituciones educativas como en el seno de la familia, van dejando en el niño y el adolescente un poso de aficiones, preferencias, ideales, etc., que, en definitiva, van a ser el cauce por el que transcurrirá su personalidad futura.
  • Por último, el conjunto mayor o menor de conocimientos propios y ajenos vividos, experimentados a lo largo de la existencia son de una importancia decisiva y es, por cierto, inagotable. La experiencia es una gran maestra que nos enseña a valorar las cosas y a dar a los acontecimientos la importancia que verdaderamente tienen. Los valores, de todos modos, no son nada sin las virtudes que los encarnan.

«La virtud no es otra cosa –decía Santo Tomás de Aquino- que el hábito que capacita para obrar el bien».

La experiencia del valor es la virtud.

«Virtuoso», a bote pronto, parece sinónimo de «bondadoso», de «espíritu débil». Virtud, sin embargo, viene de vis, palabra latina, que significa «fuerza». En su significado clásico, el que tiene virtud es aquel que tiene fuerza, fortaleza para actuar de un modo determinado, y, en consecuencia, se sale de lo mediocre, es superior a los demás, es excelente. Aristóteles sostiene que la virtud es una segunda naturaleza. La naturaleza es un principio formal y dinámico de acción que tenemos todos por nacimiento. Es nuestra forma natural de ser. La virtud es igualmente un principio formal y dinámico de acción, pero que se adquiere y aprende a lo largo del tiempo.

La virtud es un fortalecimiento de la voluntad, la facultad humana más excelsa del ser humano junto con el entendimiento.

La Práctica de la VirtudGracias a la virtud uno adquiere una fuerza que antes no tenía y, de ese modo, puede realizar cosas que antes le parecían imposibles. Al igual que el deportista, mediante el entrenamiento, adquiere fuerza física para superar su marca y batir récords, nosotros podemos hacer crecer nuestra personalidad al límite de nuestras posibilidades, así como aspirar a la conquista de bienes difíciles y arduos. La práctica de la virtud, además de expandir y desarrollar nuestra capacidad operativa, nos hace más fáciles y llevaderos los esfuerzos que forzosamente hemos de realizar para superar las dificultades que se nos presentan en la vida y, en consecuencia, alcanzar cotas de libertad insospechadas. «El hombre –en palabras de Leonardo Polo- no es esencial más que si adquiere virtudes». Cuantas más perfecciones adquiera más libertad tiene, ya que la libertad tanto moral como humana es susceptible de crecimiento.

Los auténticos valores, ya sean humanos o morales, no son objetos, que uno pueda dejar o tomar sin que ello nos traiga consecuencias: son posibilidades de actuar con sentido en la vida. Los valores, sin embargo, despojados de su correspondiente virtud, no son nada. Son parloteo y pura demagogia.

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