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Valores Cívicos

El aprecio y correspondiente ejercicio de los valores y virtudes cívicos ha sido y sigue siendo una asignatura pendiente en nuestro país. Los españoles, por supuesto, tenemos cualidades muy positivas y dignas de encomio. Los buenos modales, la cortesía, la afabilidad del trato con los demás, sin embargo, no son uno de nuestros fuertes. Nos hacemos notar allá donde vamos. Tenemos fama de ser valientes, desinhibidos, generosos e incluso galantes. En el modo de tratar al otro, en el tacto, en cambio, se nos da un cero patatero.

Uno de los defectos nuestros, que, en parte, explica esta actitud, pero que, en modo alguno, la justifica, es la sobriedad en la forma con que nos tratamos, tal vez no exista otro país tan sobrio en el trato social como el nuestro. Ello, en gran medida, es debido al igualitarismo hispano: esa honda convicción de que todos somos iguales, que nos lleva, indefectiblemente, a prescindir de las diferencias que existen entre un individuo y otro. Decía Menéndez Pidal en su obra Los españoles en la historia: «no hay pueblo que más íntimamente haya recibido la enseñanza cristiana respecto a la igualdad de todos los hombres ante los ojos de Dios». Y, más adelante, añadía: «A esta llaneza en los altos corresponde en el hombre de clase inferior, hasta en el menesteroso, un sentimiento de dignidad, un porte lleno de nobleza». Las muestras de cortesía, de ordinario, están de más, muchas veces, entre nosotros, hasta el punto que, en ocasiones, pedir las cosas «por favor» puede llegar a considerarse excesivo.

Este escaso aprecio por las fórmulas de cortesía y la afabilidad en el trato resulta chirriante para la gente de más allá de nuestras fronteras. Decía el novelista Mario Vargas Llosa que, cuando empezó a tratarnos, él tenía la impresión de que los españoles estábamos siempre enfadados. El semblante exterioriza el estado de ánimo de las personas, es como la ventana del alma. Y es justo admitir, que nuestras facciones, un tanto desabridas, no faciliten mucho, que digamos, la comunicación.

Valores CívicosEn sociedad, lo que distingue a una persona de otra, le da categoría y la hace más cercana son sus buenos modales, su cortesía, la afabilidad con que trata a los otros. No es lo mismo acoger a alguien con un rostro sonriente, pedir las cosas» por favor», disculparse o dar las «gracias», que recibirles con una cara desabrida, emplear el imperativo a secas, responder bruscamente, ignorar o dar por supuestos las atenciones o detalles que tengan con uno.

Del valor que tienen los buenos modales para la convivencia me pude percatar, cuando visité el Reino Unido, por primera vez, allá por los años 50. Acababa de aterrizar en Londres. En el autobús que me llevaba a mi hotel, en una curva, un obrero de la construcción se me echo ligeramente encima. I´m sorry (lo siento) -me dijo. Me quedé de una pieza. Primero, porque un individuo con aquellas trazas se dirigiera a mi, un jovenzuelo entonces, para pedirme disculpas, y lo hiciera con tanta delicadeza, y, luego, porque el incidente, a mi modo de ver, carecía de importancia y era involuntario. Toda una lección de civismo. No sería la última. Cuando años más tarde volvía a Londres con un contrato de trabajo, pude constatar más de cerca el alto nivel cívico del pueblo anglosajón. Fue entonces cuando tuve que habituarme a emplear please, thank you, May I, Excuse me, I beg your perdon, etc. si quería pedir algo, pedir perdón, abrirme paso, agradecer cualquier detalle por nimio que fuera. No olvidaré, por cierto, la educación con la que el director (Headmaster) del colegio en el que enseñaba se dirigía a los profesores para pedirles que hicieran una suplencia. Would you mind… (No le importaría a usted…)– decía. La forma cortés con que se expresaba no era, ciertamente, un ruego, era una orden, si bien dada con un trato exquisito.

«Manners before moral» (Los buenos modales antes que la moral) es una de las muchas máximas de urbanidad al uso en el mundo anglosajón. Tomada al pie de la letra, resulta aberrante. Como todo dicho popular, sin embargo, encierra un buen mensaje para el personal: las reglas de urbanidad, los buenos modales, la educación, el tacto, son conditio sine quanon para una buena convivencia. No cabe la menor duda que siempre debe decirse la verdad, pero al mismo tiempo conviene cuidar siempre la forma de decirla. El modo de dar, a veces, vale más que el don mismo. Para convivir, tener éxito en la vida, el tacto, la amabilidad, la cortesía, suelen ser más importantes que el talento. Un apretón de manos, un saludo, un detalle, una sonrisa, son, a menudo, el mejor recurso para hacer las paces, llegar a un acuerdo, entenderse, en suma.

Hubo un tiempo en que en nuestro país la urbanidad era una asignatura en los Colegios con la que se trataba de erradicar la mala educación. Esta materia ha desaparecido de los curricula. En parte, porque los programas de estudios de los niños están excesivamente recargados, pero también, -en mi opinión-, porque en amplios sectores de nuestra sociedad se estima que la urbanidad enfría, mata las relaciones sociales. Partiendo de este presupuesto, se viene haciendo la apología de una falsa naturalidad, que todo lo permite. Los buenos modales, los cumplidos, se consideran puro fingimiento. No todo lo que se puede hacer y decir, sin embargo, debe hacerse y decirse. La espontaneidad incontrolada, la improvisación, originan roces, dañan con frecuencia nuestra sensibilidad y dificultan la convivencia.

Valores CívicosHay entre nosotros quienes piensan que los buenos modales, la buena educación, sólo hay que exigírsela a los niños. No, el ejercicio de los valores y virtudes cívicos obliga a pequeños y a adultos. Nadie a nuestro lado deberia sentirse mal por falta de consideración y de respeto a cualquier edad. Convivir no puede ser la suma de espontaneidades, sino un arte. Los padres y los educadores habríamos de tener presente siempre que los buenos modales, la buena educación no nace, sino que se hace. De ahí que tanto padres como profesores deban inculcar las buenas maneras a los niños y a los adolescentes, primero, y, luego que ellos mismos sean corteses, se respeten, sean agradecidos y se interesen por los que están a su alrededor. Decía el Papa en una de sus últimas intervenciones, dirigiéndose a las familias, que la felicidad familiar estaba en saber decir tres palabreas claves: «me permites», «gracias» y «perdona». No hay mejor educador que fray ejemplo.

Conviene, por último, no olvidar que las fórmulas de cortesía, la amabilidad, el tacto, al igual que cualquier otra manifestación exterior de la conducta humana, remiten siempre al interior de la persona: al aprecio que se tenga de los valores y virtudes morales; pero esto es ya otra historia. De ellos nos ocuparemos en el próximo artículo.

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