Gráfico con palabra Audacia

Audacia y Vida

Con más frecuencia de lo se suele admitir, dejamos de hacer muchas cosas, no porque éstas sean difíciles, sino porque no nos atrevemos a hacerlas. Pocas cosas se consiguen en la vida sin esfuerzo o por azar. La mayor parte de ellas hay que buscarlas con afán y con una buena dosis de determinación y de audacia.

«Por debilidad vital -biográfica, no biológica-, por cobardía, por no atreverse, por falta de amor, -dice Julián Marías en su libro Tratado de lo mejor- se reduce la vida a un nivel inferior al posible».

No es infrecuente encontrarse con gente que pasa por la vida, pero que la vida no pasa por ellos. Ni luchan, ni arriesgan, ni hacen nada que merezca la pena. La viven, qué duda cabe, pero lo hacen como «de incógnito», por así decir. Este tipo de personas recorren la existencia sin pena ni gloria, sin dejar huella alguna. Lo más común, sin embargo, no es esto, sino que es vivir la vida, conscientes de ella sí, pero sin entregarse enérgicamente; vivirla por debajo de sus posibilidades desaprovechando, en mayor o menor medida, aquellos talentos que se han recibido, y de los que se ha de dar cuenta. Corazón de PiedraLas causas de esta actitud, que, por cierto, rara vez se llega a considerar como lo que es, un grave desorden moral, podemos hallarlas, si bien se mira, en el afán de seguridad tan extendido en la cultura actual, y en los consiguientes miedos a hacer frente a las dificultades y molestias, que el vivir trae consigo, en la evitación del esfuerzo y el cansancio, la incapacidad de dar y de darse, así como en otras más sutiles, entre las que cabría mencionar, la natural resistencia del ser humano a hacer el bien a los demás, y un cierto y disimulado odio a la excelencia. El hecho es que, con más frecuencia de lo que cabría esperar, tiramos balones fuera y nos quedamos a medio camino. No nos atrevemos, en definitiva, a ser lo que somos y estamos llamados a ser.

Para vivir la vida enérgicamente, como tiene que ser, claro está, lo primero que hemos de hacer es valorarla. Con la vida, al igual que con otras muchas realidades maravillosas, que nos circundan, pero que no se palpan, ocurre que las damos por sabidas. Las vivimos tan cercanas, estamos tan acostumbrados a ellas, que terminan por perder su auténtico relieve y valor. Decía Germán Grises que cuando no se aprecian los dones que se reciben, no es posible optar a desarrollarlos. Y así, tristemente, sucede con la vida. La vida, pues, sólo comienza a tener sentido y a vivirse con ilusión, cuando uno llega a descubrir lo que ella significa.

¿Qué es la vida? Tratando de dar una definición de ella, podríamos decir que es esa energía, esa fuerza que fecunda, mueve y hace posible la existencia de todos los seres de la creación. Claro que la vida, más que definirla, hay que describirla. La vida se siente. Ahí está patente ante nuestros ojos. Ciegos parece que estamos, a veces, para no captar el «milagro» que año tras año ocurre en primavera. La naturaleza parece despertar en una eclosión de luz, aroma y color. Es la vida que irrumpe, que estalla una y otra vez. Si la vida de los animales y de las plantas nos llena de pasmo y nos causa admiración, que decir de la vida humana. La vida del hombre no es sólo capacidad de crecer y renovar su propia sustancia como los otros seres vivos, sino que, además de eso, es la facultad de conocer, sentir, querer, darse fines y elegir medios, amar, crear.

«Ser hombre –en palabras de Zubiri- es una manera finita de ser Dios». La vida, y sobre todo la humana, es, ciertamente, un don, precioso, inestimable, gratuito.

La vida es un don, pero también es una tarea. La vida nos es dada, pero no nos es dada ya hecha, sino que es algo que nosotros tenemos que hacer, y no de cualquier manera. No se trata de que nosotros hayamos de realizar algo que en principio esté decidido de antemano, como sucede con los seres irracionales, sino que a nosotros nos corresponde decidir cuál va a ser, es decir, el hombre tiene que proyectarla y, luego, realizarla. El vivir humano es el tiempo en que el hombre se elige a sí mismo, quién es y en el que inventa y decide quien quiere ser. «A todo hombre –afirmaba Juan Pablo IIle es confiada la tarea de ser artífice de su propia vida». «La vida del hombre es la asignatura más complicada que yo conozco». Esta frase de Ernest Hemingway, que refleja una actitud algo pesimista ante la vida, no carece de verdad. La vida del hombre es un don maravilloso, pero hay que vivirlo con imaginación, esfuerzo y una cierta dosis de audacia. Del acierto e intensidad con que la vivamos va a depender, ciertamente, la felicidad de cada uno y, en gran medida, la de aquellos con quienes convivimos.

temerarioNos va mucho en cómo vivamos la vida. De ahí la necesidad de emplearse a fondo, de atreverse a luchar, a vivir la existencia intensamente, a fin de sacar de nosotros mismos lo mejor: lo propio e irrepetible que nos singulariza y nos hace crecer como personas. Se ha dicho que el hombre es un ser de crecimiento irrestricto. Capaz de alcanzar grandes metas, en sus manos está el autorrealizarse al tope en sus posibilidades y así alcanzar cotas de excelencia profesional, moral y humana insospechadas. La historia está llena de hombres y mujeres que hicieron de su vida una obra de arte. Fueron personas audaces, que no claudicaron ante las múltiples trabas que encontraron en su camino, que se atrevieron, que lucharon por ser lo que estaban llamados a ser.

«Las personas no deben pensar tanto lo que han de hacer como lo que deben ser» –decía el Maestro Eckart. No le demos más vueltas. Para ser lo que estamos llamados a ser cada uno, para dar la talla y dejar huella en la vida, hay que partir del convencimiento de nuestra excelsa condición de persona, primero, del valor de la vida, y, luego, buscar y realizar con afán, determinación y una buena dosis de audacia el tesoro que llevamos dentro.

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