Instante y Eternidad
Instante y eternidad se nos presentan de ordinario como dos términos antagónicos, imposible, pues, de relacionar ¿Es esto así? No. A mi entender, cuando uno se detiene a pensar en ello, cabe siempre apreciar una cierta analogía entre estas dos voces aparentemente contradictorias.
¡Detente instante, eres tan bello! dijo Goethe en su Fausto. El instante es el ahora, el presente, algo único y real, que, cuando se vive en plenitud, puede llegar a convertirse en un trasunto de eternidad.
El encuentro de dos enamorados, un diálogo sosegado y enriquecedor con un amigo, el descubrimiento de una verdad esclarecedora, una grata experiencia, el éxito y ciertos logros personales nos colocan, en ocasiones, en una dimensión en la que el fluir del tiempo parece no contar para nada.
De hecho, la emoción que nos produce la contemplación de una obra bella es uno de los modos más elevados de llegar a experimentar la perpetuidad del instante. Admirar la belleza, después de todo, no es otra cosa que anular la fugacidad de las cosas y atisbar un género de permanencia inefable. Hasta tal punto es esto así que cuanto más dilatada es la contemplación, cuanto más profundo es el arrobamiento, tanto menos pasajera es la obra de arte.
Instante y eternidad son, ciertamente, dos realidades distintas, pero que tienen ciertos puntos en común.
Eternidad –según la definición de Boecio– es «la total, simultánea y perfecta posesión de una vida interminable», un tiempo que es siempre presente, «un fin sin fin», en expresión agustiniana. Instante, a su vez, es esa porción pequeña de tiempo, real y única, que ya no vuelve, y de cuya mayor o menos plenitud depende algo tan importante y trascendente como la realización del ser humano como persona. Al fin y al cabo, la vida del hombre es una suma de instantes como el punto es la parte constitutiva de una línea.
Otra cosa es que al instante no se le preste la atención que merece y que no se le actualice con la entrega con que habría que hacerlo. Con frecuencia, vivimos de recuerdos y expectativas y no apresamos el ahora con el potencial que representa.
El valor y la duración del instante, indudablemente está en función de su calidad.
¿Cómo vivir el instante, el ahora, el momento presente? Julián Marías, en su obra Persona nos da la clave, a mi modo de ver. Según él, el criterio que habría de presidir nuestra existencia habría de ser el vivir el ahora con intensidad y autenticidad. De ese modo se logra nuestra realización como personas y, al mismo tiempo, perpetuar esa pequeña porción de tiempo, llamada instante.
«No nos demos por satisfechos –son palabras de Garrigou-Lagrange– con ver el momento presente en la línea horizontal del tiempo, entre un pasado que fue y un futuro temporal incierto; contemplemos el minuto presente en la línea vertical que lo relaciona con el instante único de la eternidad inmutable».
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