Madurez y Experiencia

Lo esencial y lo accidental

Dar a las cosas la importancia que tienen es, sin duda, un signo inequívoco de madurez.

Tener ideas claras de lo que hay que hacer, y saber a qué atenerse en las múltiples y, en ocasiones, azarosas circunstancias de la vida, significa actuar con responsabilidad.

Ideas y dudasNuestra propia experiencia nos dice abiertamente que nos cuesta mucho centrarnos en lo que verdaderamente cuenta. Somos bastante volubles. Saltamos de un pensamiento a otro. Confundimos con facilidad lo urgente con lo importante, lo contingente con lo necesario, lo trivial con lo valioso.

Lograr, pues, saber discernir lo esencial de lo accidental, lo importante de lo que no lo es tanto, aparte de ser una fuente de satisfacción y de serenidad, es el medio adecuado para alcanzar la plenitud de nuestra condición humana.

Todos los que hemos pasado la juventud damos por supuesto que hemos adquirido la madurez, pero tal vez no sea así. A poco que recapacitemos, nos topamos con manifestaciones que desmiente tal suposición. Quienes creemos que sabemos, no lo sabemos todo y podemos aún aprender más, para seguir creciendo como personas.

La madurez de la personalidad, al fin y a la postre, es una tarea vitalicia, que no tiene techo.

Para actuar, pues, responsable y certeramente, no basta la experiencia que dan los años. Hace falta algo más. Hay que ejercitar y desarrollar las facultades, propias de cada uno tanto cuanto podamos, pues sólo con el crecimiento personal llegaremos a «distinguir la paja del grano» y así discernir lo que, en realidad, importa y nos enriquece a nosotros mismos y a los demás.

La madurez de la personalidad, entendida como capacidad de discernimiento, es, pues, un largo proceso que, además de una decidida apuesta por conseguirla, nos exige, a mi entender, tres cosas:

  • primero, pasión por la verdad
  • segundo, una buena formación cultural
  • y, por último, una justa valoración del tiempo.

Sin verdad no habrá posibilidad alguna de que crezca el discernimiento. Los caminos que conducen a la verdad, sin embargo, nunca son fáciles. El valor del tiempoEl conocimiento de la verdad sólo se consigue mediante un talante socrático que nos lleve a la contemplación atenta de la realidad, a la reflexión y al diálogo.

La formación cultural, luego, nos ayuda a comprendernos mejor a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Quien conoce a las personas y a las cosas es más difícil que se desconcierte con ellas.

El tiempo, por último, es un bien precioso, pero escaso, que no se suele tener en cuenta, pero que hay que saber emplear de un modo razonable y ponderado. Desaprovechar el tiempo es propio de ingratos e inconscientes, ya que es ahí donde nos jugamos nuestro ser o no ser, nuestra propia realización como personas.

Es en hombres y mujeres con ideas claras, creativas, decididas, que saben discernir lo esencial de lo accidental, los medios de los fines, que saben ponerse en el lugar que les corresponde, donde descubrimos obras, actitudes y acciones que ennoblecen nuestra condición humana y que dejan huella.

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