Fomentar la Lectura (II)
Es lógico que una de las preocupaciones de los padres y educadores sea que sus hijos y alumnos lean y lo hagan con profusión y discernimiento. De la adquisición del hábito de la lectura depende, al fin y a la postre, la formación intelectual, moral y humana del niño y del adolescente.
Resulta, sin embargo, necesario que los libros que nuestros hijos lean sean los adecuados a su edad, tengan calidad literaria y un buen contenido moral. Es fundamental, pues, el saber orientar a los niños en los años en que se inician en la lectura. Leer, por ejemplo, un libro para el que el niño no está aún suficientemente maduro, en lugar de aficionarle, le podría perjudicar o crearle rechazo a la lectura. Si todo en la vida tiene su momento, la iniciación en la lectura ha de realizarse también a su tiempo y al ritmo adecuado.
Hay muchos factores a tener en cuenta, cuando se trata de fomentar la lectura en el niño: la edad, la madurez del niño, el momento personal, la calidad literaria del texto y los valores que éste inculca. Según los pedagogos, es hacia los nueve años cuando el niño dispone de la suficiente habilidad como para poder comprender un texto sin gran esfuerzo, y asi desentrañar el significado de las palabras. A partir de esa edad, y siempre que lea los libros adecuados y encuentre el ambiente familiar propicio, el niño comenzará a hacerse con lo que lee. Si no da lo mismo leer un libro que otro a cualquier edad, menos aún lo es en la infancia. No toda literatura infantil es aconsejable o está en sintonía con los gustos de nuestros hijos. A esas edades, es a los adultos a quienes corresponde elegir el libro, que se ha de leer, dado el poco criterio que el niño tiene. Tanto los padres como los educadores habrán de estar al tanto, pues, de lo que se publica para esa edad, saber apreciar la calidad literaria de esas publicaciones y entender de valores que tengan garantía educativa.
En la adolescencia, la edad en que las chicas y los chicos se plantean los grandes temas de la vida, y en la que entran en una etapa de inseguridad, los padres y educadores se enfrentan a un gran reto: los adolescentes comienzan a formar su propio criterio, pero carecen de una adecuada capacidad para enjuiciar los que leen. El adolescente, además, ha descubierto nuevos campos de interés: la música, navegar por Internet, chatear, etc. No hay antagonismo entre las nuevas tecnologías y la lectura, pero, dado que el tiempo de que los chavales disponen es limitado, el peligro está en que ellos se decanten por esas otras actividades que entran en competencia con la lectura. Es, entonces, el momento más idóneo, para sugerirles a nuestros hijos nuevos horizontes, tratando así de evitar que se centren excesivamente en el mundo de la imagen. El papel de los profesores de Lengua y Literatura en esta tarea es de primer orden en esta etapa de la vida. Tanto ellos como los padres conviene que aconsejen a sus hijos. Tal vez sea éste el momento de enseñarles a compaginar lectura e imagen, alejarles de la literatura fantasiosa y sensacionalista e introducirles, sobre todo, en la lectura de aquellas obras valiosas que pueden enriquecerles intelectual, moral y humanamente. La adolescencia es, por supuesto, la época en que se fideliza al lector. O se afianza, entonces, el hábito de leer o tal vez no se llegue a apreciar el valor de la lectura más adelante.
La adquisición del hábito de la lectura por parte de nuestros hijos y alumnos es, ciertamente, una operación delicada que exige dedicación y arte en los padres y educadores. Y demos por descontado, que el mejor modo de conseguir buenos lectores –y tal vez el más eficaz- es el contagio. De ahí que unos padres y profesores que no leen ni tengan pasión por la lectura ni los conocimientos suficientes para contagiar a los adolescentes no tengan autoridad moral para que sus hijos y alumnos apuesten por el estilo de ocio y formación que entraña la lectura.
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