Fomentar la Lectura (I)
Uno de los retos más apasionantes que tenemos los padres y educadores es saber fomentar la lectura en nuestros hijos y alumnos.
La lectura resulta del todo indispensable para alcanzar una buena formación intelectual y humana. Se ha dicho que la persona que no lee no es mejor que la persona analfabeta. El alimento del espíritu es indudablemente la lectura. O pasamos por ahí o difícilmente podremos elevar nuestro nivel cultural y el de aquellos que nos rodean. Lo leído va poco a poco depositando en nuestro interior una especie de humus en el que se sedimenta la información y el conocimiento que genera las ideas personales. Cuando se lee poco (¡o no se lee!) se termina recayendo en el tópico y las ocurrencias a falta de ideas propias. Nuestro horizonte vital entonces se estrecha y nuestras conversaciones se reducen a los temas de siempre, a las vulgaridades que se comentan en la calle. «Leer, -en opinión del pensador Alejandro Llano- es pensar».
Todavía conservo la carta que un profesor de Instituto escribió al diario ABC hace ya varios años en la que vertía sus experiencias sobre la incidencia de la lectura en sus alumnos. La reseño aquí casi en su totalidad por su interés y valor testimonial.
«Tras muchos años dedicado a la educación, constato que los alumnos que leen mucho encuentran menos dificultades en sus estudios, sacan mejores notas y suelen ser más maduros. Es lógico: la lectura mejora la ortografía, el vocabulario, la expresión escrita y la oral, proporciona cultura y ayuda a pensar. Y quien piensa es capaz de interiorizar valores. Cuando alguien se ha aficionado a la lectura, no se aburre nunca, pues no necesita de los demás para pasarlo bien.
Por otro lado, el ser humano se perfecciona con el conocimiento de la verdad, por la consecución del bien y por la apreciación de la belleza. Y a todo ello la lectura puede contribuir de manera muy significativa».
No hay nada que troquele tanto a una persona como la lectura, así como no hay tampoco nada que debilite tanto la configuración de la personalidad como la carencia del hábito de leer. Ni siquiera el haber seguido estudios universitarios puede compararse a la costumbre del ejercicio de la lectura. Es obvio, por tanto, que una de las tareas más urgentes e ilusionantes que los padres y educadores tenemos por delante es saber fomentar el hábito de la lectura en nuestros hijos y alumnos. ¿Cómo? Leyendo nosotros mismos. El ejemplo es lo que arrastra, pues sólo se transmite lo que se vive. Si es costumbre encontrar personas de la familia leyendo, lo más probable es que se cree el ambiente propicio para que los hijos se aficionen a la lectura. De padres lectores salen con más facilidad hijos lectores. Es verdad que en la escuela es donde se les enseña a los niños a leer, pero donde el niño se hace lector es en el hogar.
La presencia de los medios audiovisuales: la radio, la televisión, Internet, los videojuegos en el tiempo libre es un elemento perturbador que los padres y educadores habrán de tener en cuenta.
«No se ha podido establecer ninguna relación entre el tiempo de navegación por Internet, la competencia en juegos de ordenador y las horas de presencia ante el televisor con el éxito escolar. No obstante, hay suficientes datos como para afirmar que entre los mayores usuarios de videojuegos e Internet, se encuentran los porcentajes más elevados de fracaso escolar» (José Manuel Mañú).
Es un hecho, por lo demás, constatado por las estadísticas que el uso generalizado de los medios audiovisuales está, en gran medida, masificando a las personas y rebajando el nivel cultural de la gente. La imagen, finalmente, nunca podrá competir con el placer y la fruición que proporciona la lectura.
Madame Staël, un modelo de la sabiduría francesa del siglo XVIII, recomendaba leer, leer cuanto se pueda, como el mejor modo de conocer. Conocer para tener ideas arraigadas y ser al mismo tiempo personas tolerantes.
Hecha la apología de la lectura, conviene, sin embargo, puntualizar que no todas las lecturas son fuente de pensamiento ni enriquecen nuestro interior y el de nuestros hijos. Cometeríamos un grave error si magnificáramos la lectura por la lectura. Para que la lectura sea útil y eduque a nuestros hijos y alumnos habrá que seleccionar lo que se lee. Pero los criterios de selección a tener en cuenta en esa tarea serán objeto del próximo artículo.
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