El valor del tiempo

El Valor del Tiempo

El tiempo es un bien inestimable y escaso, cuyo valor no solemos apreciar, pero que es necesario calibrar en su justa medida, si queremos realizarnos como personas y dejar huella.

La vida del hombre transcurre en el tiempo. El paso de los años modifica, decanta la realidad de nuestro propio modo de ser. A diferencia de las bestias, que son seres ya hechos, es decir, sujetos a una forma de ser determinada de antemano, el hombre, dada su condición de persona, es un ser por hacer, biográfico, que ha de hacerse a sí mismo en el tiempo. Con el paso de los días, los meses y los años él va configurando su personalidad. ¿Cómo? Guardando, primero, memoria del pasado, del que aprende lo que ha sido; convirtiendo el presente y todas las realidades que en él se contienen en algo que permanece y dura, y tratando de anticipar, por último, el futuro, para decidir lo que quiere ser y hacer.

«El tiempo –en opinión del pensador Alejandro Llano- forma parte de nuestra misma entraña. Lo nuestro es ser ya, pero todavía no».

«Quizá no exista ninguna experiencia que preste mayor madurez al hombre que su descubrimiento del tiempo» –decía María Zambrano.

Descubrir el papel que juega el factor tiempo; su naturaleza, sus ritmos, su vivencia es algo que fecunda nuestras vidas. Ser y tiempo son realidades que van estrechamente unidas, porque somos seres temporales. El tiempo es la «sustancia» de que la vida está hecha. El hombre es persona desde el comienzo. La vida es la primera realidad recibida de la que no somos autores, y con la que uno se encuentra. Esto es algo en lo que todos estamos de acuerdo. Admitida esta verdad, sin embargo, hay que añadir, que para llegar a ser persona en su completa dimensión, ello no basta. El hombre, para ser persona ha de hacerse a sí mismo con el transcurso del tiempo. Dotado de inteligencia y voluntad, el ser humano tendrá que ser guionista y autor de su vida, darle sentido, realizar un proyecto de vida propio. Se ha afirmado que el hombre es un «ser de crecimiento irrestricto», es decir, capaz de poseerse a sí mismo, de ser más, de crecer cada día; todo ello, claro está, con una condición: que él quiera y acierte a combinar tiempo, esfuerzo e imaginación.

La falta de vivencia del tiempo, y su consiguiente pérdida, constituyen, indudablemente un desencuentro con la vida, que trae sus consecuencias. Desgraciadamente, se puede dar el hecho (y así ocurre con frecuencia) de vivir la vida sin caer en la cuenta de que la estamos viviendo, es decir, sin argumento, sin proyecto alguno, en la mediocridad en definitiva. El tiempo, ese elemento imprescindible para vivir la existencia, lamentablemente, se puede malgastar, y, cuando esto sucede, cuando el tiempo se pierde, no se puede recuperar. De ahí la exigencia moral de vivenciarlo, de «ser avaros del tiempo», de emplearlo de un modo inteligente y creativo.

«¿Amas la vida? No desperdicies el tiempo, porque es la sustancia de que la vida está hecha», -decía Benjamín Franklin.

Sobre el tiempo se ha escrito mucho. Algunos de los mayores filósofos de la historia se han volcado en su estudio, y, con seguridad, será siempre objeto de investigación. Lo que resulta un hecho incontestable es que, de la vivencia personal del tiempo, de su uso inteligente y creativo, depende la densidad, la dilatación, la calidad de la personalidad de cada uno de nosotros, y, en resumidas cuentas, nuestra felicidad y, en gran medida, la de aquellos que viven a nuestro alrededor.

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