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Amor y Crecimiento Personal

Lo que hace que alguien sea más, deje huella y se distinga del montón, no es tanto su saber, su erudición, sus apariencias, cuanto su capacidad de amor, de entrega a los demás. Por paradójico que ello pueda parecer, la valía de un hombre o de una mujer no se mide sólo por su buena formación intelectual, su brillantez o su riqueza, sino, sobre todo, por su capacidad de querer y darse a los otros.

Siempre ha sido, es y será más el que más ama.

Siempre ha sido, es y será más el que más ama. Cuando el ser humano quiere y ama a los demás, podríamos decir que ocurre algo parecido a lo que sucede cuando conoce, pero en sentido contrario. Cuando conocemos no hacemos otra cosa que asimilar y hacer «nuestro» lo que conocemos. Al querer algo o a alguien, sin embargo, nos hacemos «suyo». Mientras que el conocimiento es un movimiento de fuera a dentro, el querer, en cierta forma, es centrífugo, es decir, va de dentro a fuera. Al conocer nos apropiamos de lo que conocemos. Al querer -sobre todo al amar a otras personas- de alguna manera, nos «expropiamos» a nosotros mismos.

Resulta, a primera vista, sorprendente que alguien pueda enriquecerse «expropiándose», pero ésta es una de las verdades más profundas y misteriosas, que caracterizan al ser humano. Amar es una suerte de encontrarse a sí mismo en el otro. Sólo cuando uno se exterioriza amando se interioriza más y adquiere más entidad. San Agustín lo expresó de una manera extremadamente concisa con aquella frase lapidaria: «amor meus, pondus meus» (Mi amor es mi peso).

Las personas que han dejado huella en la historia han sido aquéllas que se han dado a los demás. Tal vez sean los cristianos, que tienen como modelo a Cristo y a los santos, los que comprenden mejor este fenómeno. Existen, sin embargo, muchas personas que dedican parte o la totalidad de su tiempo a labores de voluntariado o que trabajan en servicios a la sociedad, que perciben el bien que comporta el darse a los demás, tanto a los beneficiarios como a ellos mismos. «Sólo es feliz -decía Goethe – el alma que ama». Además de ser una de las mejores muestras de cortesía, la generosidad, el altruismo, tal vez sea uno de los mayores placeres que existen.

Sólo es feliz el que ama (Goethe)

La posibilidad de «expropiarse», al tiempo que nos enriquece, pone, asimismo, de manifiesto que el hombre y la mujer no tienen techo en su capacidad de ser más: siempre pueden querer más y mejor. Nunca se quiere a alguien «demasiado». Por mucho que amemos a alguien siempre es posible amarle más. La enorme capacidad que posee el ser humano, tanto de conocer como de querer, revela su superioridad sobre los seres no personales. Hecho a imagen y semejanza de Dios y libre para amar sólo encontrará su plenitud en la entrega de sí a los demás. «El amor -en palabras de Michael Quoistes un camino con dirección única: parte siempre de ti para ir a los demás. Cada vez que tomas algo o a alguien para ti, cesas de amar, pues cesar de dar. Caminas contra dirección». «Moneda que está en la mano / quizá se deba guardar, / la monedita del alma / se pierde si no se da» (A. Machado).

El amor, para que sea auténtico, y nos haga crecer y realizarnos como personas, exige, claro está, esfuerzo y compromiso.

Amor sin sacrificio resulta, en cierto modo, «sospechoso». El verdadero amor inventa detalles, improvisa sorpresas, está siempre disponible, entrega su tiempo sin pedir nada a cambio… Salva al mundo porque llega incluso a amar al enemigo y a superar los obstáculos que interponen los demás.

Cuenta Ugo Borghello en su libro Las crisis del amor un episodio que pone de manifiesto el poder y la fuerza inaudita que tiene al amor:

«En un campo de concentración cercano a Moscú, internaban a todos los practicantes de alguna religión. El director del campo era un tirano que torturaba a los detenidos. Un día recibió a un niño de 10 años que traía una rosa en la mano y le dijo: ‘Hoy es el cumpleaños de mi mamá y papá me ha enseñado que tengo que regalarle una rosa en este día. Pero mi mamá está en la cárcel, porque la has metido tú, igual que a papá. Yo vivo con mi abuela que me enseña a rezar y me dice que nosotros, los cristianos, no sólo debemos perdonar a los enemigos, sino amarlos. Por eso estoy aquí para amarte y para darte la rosa que no puedo entregar a mi mamá’. Y se fue. El director quedó traumatizado. Intentó no pensar, pero no lo logró. Al cabo de un mes pidió la baja y se convirtió. Caído en sospecha, fue espiado, descubierto y metido en la misma cárcel donde se pensaba que los detenidos lo descuartizarían. Pero no ocurrió así, sino que lo acogieron con los brazos abiertos. Escribió un diario con los testimonios heroicos de tantos cristianos que él había torturado y murió pronto por el maltrato de los carceleros».

Un testimonio que nos muestra la fuerza del perdón y el amor.

Un conocido proverbio italiano reza así: «Nunca serás amado, si sólo piensas en ti mismo». No le demos más vueltas, el hombre y la mujer solo pueden ser verdaderamente felices en esta vida dándose por completo a los demás, porque, al fin y a la postre, cuánto uno más ama, más amor recibe y más libertad llega a poseer.

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